Volumen 15 - Nº 87
Junio-Julio 2005

Consecuencias económicas de la transformación agrícola

El cambio tecnológico es clave para el desarrollo de la agricultura y la mejora de los ingresos de los agricultores. Su importancia radica en que la producción agropecuaria depende de un factor fijo, la tierra, y comercializa sus productos en mercados sobre cuyos precios los agricultores no pueden ejercer influencia. Por lo tanto, el ingreso de los productores depende directamente de la productividad de sus recursos. Estas restricciones incentivan la permanente incorporación de tecnología, única vía para lograr el sostenido incremento de los ingresos. Si en vez de considerar la situación de cada productor se mira a escala del país, la situación es similar, aunque con algunas variantes. En muy pocas circunstancias de mercado un país logra influir sobre los precios. Por ello, la búsqueda de alternativas para reducir los costos de producción y aumentar la productividad –otra vez, cambio tecnológico– resulta el camino obligado para aumentar los ingresos del sector. En el caso particular de la Argentina, que compite en mercados fuertemente influenciados por los subsidios a la producción y exportación de los países de la OCDE (Organización de Cooperación y Desarrollo Económico), es especialmente necesario incorporar nuevas tecnologías para mantener presencia y competitividad.

El continuo deterioro de la participación argentina en los mercados agropecuarios a lo largo de buena parte del siglo XX fue reflejo directo del bajo nivel de incorporación de nuevas tecnologías y el consecuente estancamiento de su productividad. En los últimos años, principalmente por el auge de la soja transgénica (que actuó como impulsora de otros factores latentes), se revirtieron esas tendencias y comenzó un ciclo de gran dinamismo. Se duplicó la producción anual de cereales y oleaginosas, la cual aumentó de 35 a más de 70 millones de toneladas entre mediados de la década del 80 y la actualidad, y, consecuentemente, crecieron las exportaciones, que recuperaron algo del terreno perdido en las décadas anteriores. Ello modificó la relación del sector con el resto de la economía, especialmente en materia de generación de empleo: entre 1997 y 2003, el empleo en el sector sector agroindustrial creció más del 30%.

Las consecuencias económicas de este proceso han sido altamente significativas, no solo porque cayeron los costos de producción (en unos 20 dólares por hectárea para la soja tolerante a herbicidas), sino, también, porque se pudo extender el cultivo de la llamada soja de segunda, es decir, la práctica de sembrar soja, que es un cultivo de verano, inmediatamente después de cosechar un cultivo de invierno (como el trigo), con lo cual se obtienen dos cosechas en el año en lugar de una como era habitual. Si bien esta práctica era conocida, en muchas áreas no era factible con las tecnologías convencionales, lo que cambió con la aparición de soja tolerante de herbicidas, pues por medio de las técnicas de siembra directa se pudo reducir el tiempo entre cosechar el cultivo de invierno y sembrar el de verano. El autor estimó que, desde 1996, el efecto de doble cultivo anual representó una expansión virtual de la superficie agrícola de unos 4 millones de hectáreas. Si bien en parte la soja sustituyó otros cultivos estivales (principalmente el maíz y las demás oleaginosas), la expansión del área de soja de segunda fue el fenómeno económico más importante, particularmente en cuanto a ingresos de los productores.

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