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Volumen
11 - Nº 66
Diciembre 2001 Enero 2002 |
Los
nuevos caminos de la comunicación científica
Diego H de Mendoza
Escuela de Humanidades, Universidad Nacional de
General San Martín
Ana María Vara
Centro de Divulgación Científica, Fundación Campomar
La publicación de periódicos (journals) científicos
es una industria millonaria que brinda dos importantes servicios al conocimiento:
difunde de manera amplia los avances de la ciencia y –mediante el sistema
del ‘referato’ o arbitraje por pares (peer review)– ofrece una razonable
garantía sobre la calidad de lo que da a conocer. La Internet podría revolucionar
estas consagradas prácticas.
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Hacia 1963, en su libro Little Science Big Science,
que se convertiría en un clásico, Derek de Solla Price escribió:
‘Desde los orígenes de la ciencia, se han publicado alrededor de 10 millones
de trabajos científicos, a los que sumamos cada año alrededor de 600.000
nuevos. Ello significa una duplicación cada diez años’. La comunidad
científica respondió al vertiginoso crecimiento del flujo de información
con innovaciones notables, que el mencionado autor no podía haber previsto
entonces: correo electrónico, bases de datos, Internet, repositorios de
artículos (como el precursor archivo de preprints del laboratorio
nacional norteamericano de Los Álamos). La reciente experiencia del Genbank
puso en evidencia que el almacenamiento electrónico de las secuencias de
ADN en un único sitio estimuló alternativas complejas y eficaces de empleo
de la información. Otra manifestación de la misma tendencia es la PubMed
Central (PMC), iniciativa impulsada por los National Institutes of
Health (NIH) de los Estados Unidos cuyo objetivo es almacenar la literatura
mundial de las ciencias biomédicas y asegurar el libre acceso a ella. Prestigiosas
publicaciones como los Proceedings de la National Academy of Sciences
(NAS) de los EEUU, el British Medical Journal, Nucleic Acids Research
o Molecular Biology of the Cell han aceptado depositar en la
PMC los artículos que publican no mucho tiempo después de aparecidos.
A este panorama se agregan los proyectos de creación cooperativa de gigantescas bibliotecas digitales, como la Digital Library Initiative (DLI), también de los Estados Unidos, puesta en marcha en 1993 por la National Science Foundation (NSF), la Defense Advanced Research Projects Agency y la NASA. Seis universidades participaron en su primera fase: Illinois (Urbana-Champaign), Carnegie-Mellon, Stanford, California (Berkeley y Santa Barbara) y Michigan. Lo hicieron con el propósito de montar seis bibliotecas digitales, con las correspondientes herramientas de búsqueda, gestión, recuperación y análisis de la información. En la segunda fase se sumaron instituciones como la Library of Congress, el FBI y numerosas otras universidades. A fines de 1999 ya se habían invertido más de 150 millones de dólares en el programa.
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