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Volumen 21 - Nº 126 Abril - Mayo 2012 |
żDE QUÉ SE
TRATA?
Si tomáramos como punto de partida la situación actual de la psicología en nuestro país –caracterizada por el predominio de la orientación clínica y la fuerte implantación del psicoanálisis–, sería muy difícil imaginar la multiplicidad de proyectos y de concepciones contrapuestas que signaron su historia a lo largo del último siglo. Por ese motivo, en este artículo hemos preferido hablar de ‘historias’, en plural, con el fin de entender la especificidad de los distintos períodos en los que la psicología se constituyó como disciplina de conocimiento y como profesión autónoma en la Argentina. |
El nacimiento de la psicología en la Argentina: positivismo y nación
Para rastrear el nacimiento de la psicología en nuestro país hay que remontarse a fines del siglo XIX, en un contexto estrechamente ligado al proyecto de la generación del 80 y a la fundación de la Argentina como Estado moderno y nación unificada. En ese marco, dos rasgos distinguen esta primera psicología vernácula: su definición como ciencia natural, a partir de una cosmovisión positivista, y su filiación privilegiada con el pensamiento francés. El positivismo implicaba una forma de ver el mundo que se apoyaba en una fe casi ilimitada en el progreso y en una confianza extendida en las ciencias naturales y en sus métodos, particularmente la observación y la experimentación. En ese sentido, no es extraño que una de las figuras más relevantes de este período, José Ingenieros –un destacado psiquiatra, criminólogo y sociólogo de origen italiano, quien fuera además uno de los primeros profesores de psicología de la Universidad de Buenos Aires–, haya desarrollado una ‘psicología biológica’ con una fuerte impronta evolucionista. En agosto de 1906, en una crónica titulada ‘Psicólogos franceses’ y enviada desde París al diario La Nación, Ingenieros no solo daba cuenta de su familiaridad con los principales autores galos, sino que exponía su modo de entender la psicología científica y sus fronteras:
Las funciones psíquicas son las más complicadas del animal viviente. Para estudiarlas se necesitan nociones generales de biología y conocimientos especiales de fisiología cerebral. Su estudio –objeto de la psicología– entra en el dominio de los fisiólogos y requiere el concurso de sus métodos experimentales y de observación. [...] Existe otra labor cuyo mérito filosófico o literario es indiscutible y cuyas conclusiones no desprecia la ciencia: es la practicada por los hombres geniales o de talento que se dedican a la observación empírica del alma humana. [...] Shakespeare fue el más genial de los psicólogos empíricos. Exceptuados esos grandes observadores de caracteres humanos, queda una legión de aficionados inofensivos cuyas opiniones pasan inadvertidas para la psicología científica, aunque puedan ser interesantes para la crítica filosófica y literaria.
Para Ingenieros, los conocimientos que no provenían de la clínica, es decir del tratamiento de pacientes, o del laboratorio, carecían de un valor científico cierto. Esta concepción, que se hacía eco de la tradición psicopatológica francesa (según la cual la enfermedad era considerada un experimento de la naturaleza), fue el rasgo saliente de estos psiquiatras (entre los cuales también estaba Horacio Piñero, otro de los primeros profesores de psicología de la UBA) que integraron lo que se dio en llamar la ‘escuela de Buenos Aires’.
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