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Volumen 19 - Nº 114 Diciembre 2009 Enero 2010 |
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Tan conocido es el aporte de Darwin a la geología, la paleontología y la biogeografía de ecosistemas terrestres de la pampa húmeda y la Patagonia como desconocida su afición por los ambientes marinos y los seres vivientes que los pueblan o su biota.
La intimidad de Darwin con el mar se advierte en toda su obra: en el Viaje y en el Origen igual que en numerosos trabajos de investigación realizados y publicados a su regreso a Inglaterra. Entre 1846 y 1854 dio a conocer una extensa obra sobre cirrípedos o cirripedios, que sentó las bases del estudio de esos crustáceos y, aún hoy, es bibliografía obligada de los taxónomos. Su trabajo sobre la estructura y distribución de los arrecifes coralinos (1842) es considerado un documento fundacional del conocimiento sobre el origen de los atolones. Los moluscos fueron igualmente objeto de publicaciones y cartas entre 1848 y 1871. La difundida imagen de Darwin sentado ante un escritorio escribiendo sus libros lleva a olvidar que pasaba también mucho tiempo con el microscopio.
En el Viaje del Beagle incluyó párrafos sobre aves marinas, lo mismo que sobre briozoos o briozoarios, y en El origen explicó sus pensamientos acerca de la migración de los ojos en los lenguados. Dedicó especial atención a las algas gigantes o sargazos marinos de Tierra del Fuego (donde se los conoce por cachiyuyos), sobre los que escribió encendidos párrafos en el Viaje:
Un producto marino entre todos los que se encuentran en Tierra del Fuego merece una mención particular. Se trata del alga yodífera Macrocystis pyrifera. Crece sobre las rocas sumergidas, a gran profundidad o en aguas poco profundas, lo mismo en la costa abierta que en las orillas de los canales.
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Pág.
16-25 |