Algunas reflexiones
El chiste y el libro de Sokal constituyen, a mi entender, un soplo
de brisa fresca y vivificante en las asfixiantes y clausuradas coteries de ciertos
sectores de las ciencias humanas y sociales. Fue un filósofo francés de la rive gauche
-Foucault- el primero en llamar la atención sobre los vínculos entre discurso y poder.
Como señalamos en otra oportunidad ("El dudoso encanto de ser un scholar", en
Ciencia Hoy, 28:12-16, 1995), todo discurso hermético se constituye en fuente de poder,
ya que siempre hay alguien que se arroga la exclusividad de su interpretación, la cual es
dispensada en función de algún tipo de intercambio de valor (simbólico o de otro tipo).
Es cierto que el discurso de las ciencias "duras", en tanto técnico y arduo,
también fue y es blandido ante los no iniciados como espantapájaros para inspirar terror
y aumentar el prestigio de estas disciplinas. Pero aquí uno puede defenderse, recurriendo
al sencillo expediente de conseguir un libro tipo "apréndalo Ud. mismo",
memorizar la jerga y los símbolos, sacarle punta al lápiz y ya está. Lo inefable puede
ser legítimo en algunos aspectos de la experiencia humana (la poesía o la literatura
mística), pero decididamente no lo es en el ámbito de las ciencias humanas y sociales.
Cualquiera que haya tenido que transitar el desierto de palabras
huecas del discurso "posmo" y soportar la retórica manipuladora y soberbia de
sus autores, agradecerá a Sokal y Bricmont por haber efectuado un trabajo saludable y
necesario. |
Pero detrás del sutil asunto del discurso está el
asimismo complejo y delicado tema de la racionalidad. Muchos de los que nos dedicamos a
las ciencias humanas abogamos con energía a favor de la racionalidad, el rigor y la
transparencia discursivas, en la creencia de que existe la realidad y de que el mundo es,
en principio, inteligible. Pero, por supuesto, no estaríamos dispuestos a restringir
dicha racionalidad a la de las matemáticas ni consideramos suficientemente fundamentados
o dignos de demasiada atención los intentos de reduccionismo fisicalista. Ahora bien, no
está del todo claro dónde están parados los autores en este asunto.
La crítica al sistema académico y literario francés tiene
antecedentes de peso. El famoso sociólogo Pierre Bordieu dedicó un libro a la
descripción, en términos de teoría social, de la estructura y de la dinámica del
establishrnent académico francés (Homo academicus, Stanford University Press, 1988,
traducido por P. Collier -cito la versión inglesa pues contiene un interesante prólogo
del autor ausente en el original-). Al sociólogo de Chicago Terry Clark también debemos
otro estudio: Prophets and Patrons (Harvard University Press, 1973); hay también muchos
estudios históricos sobre el mundillo literario de la rive gauche (por ejemplo, el del
historiador de Camus, Herbert Lottman, The Left Bank: Writers, Artists and Politics frorn
the Popular Front to the CoId War, New York, Halo Books, 1991). Sin embargo, no debería
identificarse toda la actividad académica francesa con los sectores mas hábiles para
ganar espacios de poder, publicitarse en los medios o exportar sus ideas al otro lado del
Atlántico. |
Francia fue una de las
cunas de los instrumentos del trabajo erudito y del método histórico-critico, y el
cultivo de las "humanidades duras" continúa floreciendo en dicho país hoy
tanto como en los siglos pasados.
Hay un punto que no aparece en el
libro, pero que si es tema central de dos artículos de Sokal en los cuales declara que su
preocupación es "explícitamente política" (Sokal, "Transgressing the
Boundaries: An Afterword", Philosophy and Literature 20 (2): 338-346, octubre de
1996) y que las cuestiones de verdad, razón y objetividad son "cruciales para el
futuro de la izquierda" (Bricmont y Sokal, "What is the Fuss all about?",
Times Literarv Supplement, del 17 de octubre de 1997). Es importante tener esto en cuenta
para no perder de vista el origen de la discusión, la cual -según dice su autor- fue
motivada por su preocupación porque el discurso progresista norteamericano habría
asumido como fundamento argumentos irracionales que, posteriormente, atentarían contra su
propia capacidad de reinvindicación. |
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Esto podría ayudar a explicar, además, por qué Sokal eligió concentrarse,
en el libro, sobre la difusión del discurso parisino entre la elites universitarias
liberales (en el sentido norteamericano del término) y dejó de lado otro fenómeno más
masivo y de mucha mayor significación social, como es el de la New Age, con su particular
blend de ciencia y pseudociencia y un curioso poder de convocatoria en vastos sectores de
la sociedad y hasta en algunos ambientes científicos.
Pero, por lo menos en un caso (Latour) su análisis se restringió a
señalar los errores científicos de un artículo en particular. A menos que uno desee
correr el riesgo de asumir que la lectura de algunos fragmentos textuales con errores
puede sustituir el conocimiento in extenso de las obras (y no creo que ningún humanista
serio vaya a estar de acuerdo con este pecado de esa scholarship), habría que ser
cauteloso con lo que es lícito (o ilícito) inferir de la empresa sokaliana. Es cierto
que la "topología lacaniana" se aproxima asintóticamente a la charlatanería y
que su discurso, en ocasiones, es asimilable a los delirios sistematizados que el mismo
Lacan estudia; también es cierto que, buscando con paciencia, uno puede encontrar en sus
textos brillantes intuiciones de psicopatología. Las ideas de Latour y del "programa
de Edimburgo" merecen análisis y consideración, independientemente del juicio final
que se pueda emitir sobre ellas. Lo mismo puede decirse, a fortiori, de la obra
filosófica de Derrida o de Foucault, quienes han signado, para bien o para mal, gran
parte del pensamiento de la segunda mitad de nuestro siglo -Sokal y Bricmont no incluyen a
estos dos filósofos, pero consideran al último de ellos como el "cheerleader"
de los autores que caen bajo la crítica (ver Bricmont y Sokal, "What is the Fuss all
about?", citado más arriba)-. Separar la paja del trigo es trabajo árido, pero
quizás no podamos ahorrárnoslo. Reducir una obra a sus defectos es como juzgar una vida
por sus equivocaciones. Sokal recuerda -para justificar su procedimiento (pp. 16-17)- que
Bertrand Russell dejó de leer a Hegel cuando se dio cuenta de los errores matemáticos de
este. El argumento es bueno, pero cuestionable: Russell afirma, en uno de sus muchos
libros, que "la filosofía debería darnos a conocer el fin de la vida" y, en el
mismo párrafo, que "la filosofía no puede, por sí misma, darnos a conocer el fin
de la vida" (An Outline of Philosophy, Londres, Allen and Unwin, 1927, p. 312).
¿Dejaríamos por eso a este autor fundamental? Más aún, si fuéramos a juzgar a los
científicos por la profundidad o pertinencia de sus enunciados filosóficos, temo que
leeríamos muy poca ciencia. Y aunque la dimensión de este problema no sea tan grave como
la que Sokal y Bricmont acaban de revelar, tampoco es insignificante.
Otra cuestión es la ya señalada, respecto de la doble intención del
libro. Este doble frente de ataque es causa de que caigan en la misma bolsa una serie de
autores que tienen poco en común, excepto servir como citas bibliográficas a los
"posmos" norteamericanos. Si el affaire Sokal sigue el camino del exceso
(esperemos que no), no seria raro que algunos comenzasen a ver asomar sobre el horizonte
de la academia universal de fin de siglo una amenazante hidra textual, sobre cuyas
múltiples cabezas (la solipsista, la deconstructivista, la relativista, la posmodernista,
la convencionalista, la posestructuralista, la irracionalista, la construccionista social
y la próxima " (x)-ista" que surja a la orilla del Sena) los Robespierre de la
razón descargarán su ira justiciera, sin jamás terminar de aniquilarla. Crear monstruos
mediante el procedimiento de unir partes aisladas de animales conocidos es un proceso que
se emparenta más con la imaginación medieval (o con la propaganda fundamentalista) que
con el análisis de las ideas -debe quedar bien claro que no estoy afirmando que Sokal y
Bricmont hayan tenido estas intenciones, sino especulando sobre cómo sus posturas
podrían llegar a ser desfiguradas-.
La "broma" de Sokal ha levantado maremotos de tinta
fresca porque, directamente o por alusión, toca puntos sensitivos donde se entrecruzan
cuestiones filosóficas de fondo (la posibilidad del conocimiento, la naturaleza de la
ciencia, la relaciones entre ciencias humanas y naturales), asuntos sociológicos (la
organización académica, el presupuesto de la investigación, la existencia de
"estilos nacionales" de saber), y cuestiones ideológico-políticas Sokal
insiste en que su obra tiene como meta la toma de conciencia de los sectores progresistas
y sus detractores insisten en denunciarlo como un personaje al servicio de los intereses
establecidos-. |
O sea, un complejo de problemas sobre los cuales cada
uno de nosotros puede sentirse tentado a autoconsiderarse el "dueño" del tema.
Hay que resistir esa vana ilusión con fervor. Piénsese lo que se piense de Sokal y de su
amigo belga, no es poco mérito el habernos abierto los posibles caminos de un debate que
hasta ahora había permanecido cerrado. Espero que estos comentarios no hayan traicionado
demasiado el espíritu de la convocatoria.
Agradecimientos: a Gerardo, Lilia, Marcelo, Pencha y Pablo,
quienes contribuyeron con bibliografía para este ensayo. |